jueves, 17 de noviembre de 2011

Animales políticos


Escrito en coautoría con Juan María De Ribot Pastor.

 La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”. Winston Churchill
Ante la proximidad de la fecha de las elecciones generales del próximo 20 de noviembre vuelve a la primera línea de fuego de la opinión pública y publicada el debate sobre la participación electoral de los ciudadanos. En ese sentido, podemos observar como en los últimos años ha ido creciendo cada vez más la abstención en las convocatorias a las urnas, síntoma inequívoco de una creciente desafección con la clase política. Una clase política que parece haberse distanciado a años luz de su cometido, que no es otro que el de servir al interés de los ciudadanos, para centrarse, por el contrario, en sus intereses propios.
Sin embargo, si bien la abstención es un medio perfectamente legítimo a la hora de expresar disconformidad, lo cierto es que aquellos que creemos en la democracia debemos considerar unas elecciones como el acto supremo del sistema democrático. Este sistema no se entiende sin el ejercicio personal del derecho a voto y en el momento en que decidimos no ejercerlo estamos poniendo en entredicho nuestra identificación y nuestro compromiso con el mismo. Es más, la democracia misma nos ofrece mecanismos para expresar la disconformidad sin tener que renunciar por ello a la participación en los comicios, a través del voto nulo y, sobretodo, del voto en blanco.
Ciertamente, es difícil decantarse por una opción o la otra cuando ninguna es buena. “Tal vez convenga no ir a votar”, podemos pensar, ya que si no estamos de acuerdo con ninguna de las propuestas de los partidos que se presentan, mejor quedarse en casa y hacer el papel de meros espectadores. Pero no ir a votar es, simple y llanamente, una irresponsabilidad, pues si tenemos la capacidad legal para ejercer el voto es porque la sociedad cuenta con nuestro criterio para participar en la vida política, porque somos parte de un conjunto del que no podemos desprendernos y actuar al margen de él. En nuestro ordenamiento se configura el ejercicio del voto como un derecho para la persona, como una facultad legal; no obstante, deberíamos plantear la recurrente cuestión de considerarlo, más allá de esto, como una verdadera obligación moral: es moralmente un deber que tenemos para con la sociedad en la que vivimos que nos interpela sobre la cuestión de quién queremos que nos gobierne. Luego, si uno u otro gobierno no acierta en su gobierno no tendremos autoridad moral para criticarlo. Pues hemos dejado pasar nuestra oportunidad para influir en el curso político.
Hace pocos días, la política Rosa Díez impartió una conferencia en uno de los colegios mayores de la universidad. Lo más interesante de lo que en ella se habló no fue el programa electoral de su partido ni las políticas que su grupo propone, con las que se podrá estar de acuerdo o en desacuerdo. No. El mensaje más importante que lanzó es el de que en el sistema democrático en que vivimos nosotros, los ciudadanos, somos, en palabras textuales, los “jefes” del sistema. Puede parecer una reflexión idealista y alejada de la realidad, pero lo cierto es que si la ciudadanía interioriza este mensaje, nos daremos cuenta de que nuestra opinión, expresada en nuestro voto, es mucho más trascendente de lo que pueda parecer. De todos y cada uno de nosotros es la oportunidad de otorgar el poder a quien consideramos que lo merece, del mismo modo que podemos, en palabras de la candidata, echarlos cuando no cumplen con su cometido. Por ello es tan importante elegir a quien nos gobierna que no podemos dejar que la sociedad los elija por sí sola, debemos elegirlo nosotros. Hemos de plasmar nuestra voluntad por el medio que nos ha sido provisto (la participación electoral) y de esta forma ser decisivos en la gestión de la que luego seremos dependientes y a la vez juzgadores. Lo contrario, sería irresponsable. Porque al final, como ya decía Aristóteles, el hombre es  un zóon politikon, un animal político, y como tal no puede desentenderse de la vida política.

El valor de la espera


            El otro día mientras comía estaba viendo el telediario y me quedé sorprendido tras escuchar un reportaje sobre la vasectomía. En este reportaje aparte de informar sobre la creciente utilización de esta forma de “planificación familiar” y sobre su difícil vuelta atrás, entrevistaban a varias personas de ambos sexos en el que exponían su opinión sobre esta técnica de esterilización masculina.
           
            La opinión general de los entrevistados fue que les parece muy bien que los hombres se realicen la esterilización por diversos motivos. Unos porque cada cual es dueño de su cuerpo y por consecuencia puede disponer de él para lo que quiera, entonces está bien que se haga una vasectomía para poder tener relaciones sexuales sin la “preocupación” de que la mujer quede embarazada y no tener que lidiar con un hijo no deseado. Otros que es un acto “generoso” ya que no es justo que no sea solo la mujer la que se ligue las trompas de Falopio para ser estéril, sino que también el hombre debe realizar algo ya que lo contrario sería egoísta. Me llamó particularmente la atención la opinión de un hombre que le parecía de lo mejor la vasectomía y cualquier tipo de esterilización ya que a su parecer no merece la pena tener hijos porque como está el mundo, ¿en donde crecerán nuestros hijos y como podremos criarlos rectamente?

            Los dos primeros grupos de opiniones me parecen simplemente opiniones incultas, sesgadas y claramente egoístas. Pues pretenden reducir el acto sexual a un simple momento de placer entre hombre y mujer, desbrazándolo de su fin esencial que es el de la procreación. Si no es este el fin del acto sexual no se justifica.  Está claro que une más a la pareja y proporciona placer pero si no está encaminado al fin natural de este acto estamos animalizándolo al alterar su composición que es la posibilidad de servir como único medio procreativo.
Sin embargo el tema de la tercera opinión es el más desalentador. ¡Qué triste pensar que es mejor no tener hijos porque el mundo no está bien y no hay buen ambiente para criarlos! Pero más tristeza da la persona que piense eso… ¡Que poco diligente, falta de entusiasmo, qué pesimista! Si el mundo está tan mal como esta persona lo admite, ¿Quién lo va a cambiar? ¿Por qué él no lo cambia? Si espera que lo cambien los políticos, los artistas, los militares o la gente de la tele pues que espere sentado.

            Si este individuo cree que el mundo no se encuentra bien, a lo mejor es porque lo está viendo desde el punto de vista de la buena persona que él se cree ser. Pues si es así (mejor pensar que si lo es, ¿no?), ¡es él quien debe empezar por hacer algo! Si todos pensamos como él lo hace y nos conformamos con sólo hacer una crítica a la sociedad y no aportar con nuestro actuar adecuado a los valores morales que calificamos como buenos somos unos cobardes. Si, peor aún, actuando diligentemente a nuestro parecer pensamos que es mejor no tener hijos porque después de todo “este mundo  está mal y no queremos hijos que crezcan en este ambiente” estamos privando al mundo de que haya gente buena como nosotros y lo cambie con nuestros valores morales, estamos siendo más cobardes todavía.  Aparte, al mantener al mundo sin nuestros buenos hijos, estamos dando margen a que las manzanas podridas se multipliquen. Como ellos son los malos no se dan cuenta de lo mal que estamos y querrán tener hijos… Tal vez tienen razón, y lo que el mundo no necesite es gente cobarde y si pensamos así puede que sea mejor que no. ¿Darle al mundo gente criada por cobardes? ¡Mejor no! Aunque quien sabe, a lo mejor nuestros hijos aprendan de nuestros errores y les estaremos quitando la oportunidad de arreglar el mundo.

Si no somos nosotros, ¿entonces quién?


            El otro día mientras comía estaba viendo el telediario y me quedé sorprendido tras escuchar un reportaje sobre la vasectomía. En este reportaje aparte de informar sobre la creciente utilización de esta forma de “planificación familiar” y sobre su difícil vuelta atrás, entrevistaban a varias personas de ambos sexos en el que exponían su opinión sobre esta técnica de esterilización masculina.
           
            La opinión general de los entrevistados fue que les parece muy bien que los hombres se realicen la esterilización por diversos motivos. Unos porque cada cual es dueño de su cuerpo y por consecuencia puede disponer de él para lo que quiera, entonces está bien que se haga una vasectomía para poder tener relaciones sexuales sin la “preocupación” de que la mujer quede embarazada y no tener que lidiar con un hijo no deseado. Otros que es un acto “generoso” ya que no es justo que no sea solo la mujer la que se ligue las trompas de Falopio para ser estéril, sino que también el hombre debe realizar algo ya que lo contrario sería egoísta. Me llamó particularmente la atención la opinión de un hombre que le parecía de lo mejor la vasectomía y cualquier tipo de esterilización ya que a su parecer no merece la pena tener hijos porque como está el mundo, ¿en donde crecerán nuestros hijos y como podremos criarlos rectamente?

            Los dos primeros grupos de opiniones me parecen simplemente opiniones incultas, sesgadas y claramente egoístas. Pues pretenden reducir el acto sexual a un simple momento de placer entre hombre y mujer, desbrazándolo de su fin esencial que es el de la procreación. Si no es este el fin del acto sexual no se justifica.  Está claro que une más a la pareja y proporciona placer pero si no está encaminado al fin natural de este acto estamos animalizándolo al alterar su composición que es la posibilidad de servir como único medio procreativo.
Sin embargo el tema de la tercera opinión es el más desalentador. ¡Qué triste pensar que es mejor no tener hijos porque el mundo no está bien y no hay buen ambiente para criarlos! Pero más tristeza da la persona que piense eso… ¡Que poco diligente, falta de entusiasmo, qué pesimista! Si el mundo está tan mal como esta persona lo admite, ¿Quién lo va a cambiar? ¿Por qué él no lo cambia? Si espera que lo cambien los políticos, los artistas, los militares o la gente de la tele pues que espere sentado.

            Si este individuo cree que el mundo no se encuentra bien, a lo mejor es porque lo está viendo desde el punto de vista de la buena persona que él se cree ser. Pues si es así (mejor pensar que si lo es, ¿no?), ¡es él quien debe empezar por hacer algo! Si todos pensamos como él lo hace y nos conformamos con sólo hacer una crítica a la sociedad y no aportar con nuestro actuar adecuado a los valores morales que calificamos como buenos somos unos cobardes. Si, peor aún, actuando diligentemente a nuestro parecer pensamos que es mejor no tener hijos porque después de todo “este mundo  está mal y no queremos hijos que crezcan en este ambiente” estamos privando al mundo de que haya gente buena como nosotros y lo cambie con nuestros valores morales, estamos siendo más cobardes todavía.  Aparte, al mantener al mundo sin nuestros buenos hijos, estamos dando margen a que las manzanas podridas se multipliquen. Como ellos son los malos no se dan cuenta de lo mal que estamos y querrán tener hijos… Tal vez tienen razón, y lo que el mundo no necesite es gente cobarde y si pensamos así puede que sea mejor que no. ¿Darle al mundo gente criada por cobardes? ¡Mejor no! Aunque quien sabe, a lo mejor nuestros hijos aprendan de nuestros errores y les estaremos quitando la oportunidad de arreglar el mundo.

E=mc²


E=mc² es la famosa ecuación que describe la relatividad entre la energía y la masa multiplicada por la velocidad de la luz elevada al cuadrado que fue descubierta por Albert Einstein y revolucionó el mundo de la Física introduciendo la teoría de la relatividad.
Sin embargo, esta fórmula de la Física es aplicable a un ámbito de la vida mucho más complejo que aquella rama de la ciencia experimental que estudia las interacciones del tiempo, el espacio y la materia.
           
            Este campo es el de los seres humanos y especialmente el de los jóvenes. La juventud ha demostrado tener un dominio absoluto de la teoría de la relatividad mucho más avanzado que el que logró tener Einstein y el que pueda llegar a tener cualquier famoso científico eminente.  Se la maneja con tanta facilidad que parece una fórmula muy sencilla aplicable a cada ámbito de la vida y con una mención particular en asuntos de moral. En temas como la moral, no solo queda en una simple teoría sino que se la eleva a la experimentación y se convierte a esta en una ciencia empírica que ha ido engendrando nuevas teorías como la famosa de “nada es, todo depende”, muy similar a lo que dijo el viejo Heráclito de Efeso (“nada es, todo cambia”).
Nada es bueno ni nada es malo, depende de ti (lo que te haga feliz o lo que sientas en el momento). Esa es la solución a todos los problemas. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? ¡Es tan sencillo! No sé si nuestros abuelos por ser de una generación más involucionada del ser humano no habían pensado en esta sencilla fórmula para librarse de cualquier dilema moral. Es tan sencilla, ¿no? Pues si ahora tenemos un problema porque alguien cuestiona nuestro actuar será muy fácil la respuesta: “esto me hace feliz a mí, es lo que siento que quiero, ¿cuál es el problema?”. Problema acabado. No más cuestionamientos, no más dilemas.

            Es que es un invento tan cómodo como el ordenador. Se acabaron las repisas llenas de carpetas, se acabaron los días de espera a que llegue el correo, se acabaron las enmendaduras antiestéticas cuando nos equivocábamos escribiendo a mano o en máquina de escribir porque ahora el ordenador nos salva de todas estas maldiciones. ¿Cómo hicieron mis abuelos con tanto lío?
Pues esta moderna solución vital nos libra de dolores de cabeza igual que el ordenador: ¿me emborracho? ¿Me acuesto con esta chica o este chico? ¿Están bien las uniones homosexuales? Pues depende absolutamente. Ahora nada es más absoluto que la dependencia. Si tú crees que es lo que te hace feliz pues hazlo, al final lo que importa es lo que quieras en el momento. Ahora quieres esto, ahora haz esto. ¿Para qué romperte la cabeza con dilemas morales o para qué esperar? De verdad, ¿cómo hacían nuestros abuelos? Al final de todo creo parece que Einstein no era tan inteligente. Es que esta teoría de la relatividad es tan obvia que no sabemos cómo un hombre se hizo tan famoso por “descubrirla”. Qué listos somos, ¿no?

            Por hablar de los jóvenes nos hemos olvidado de algo que hemos dicho antes y es que esta teoría de la relatividad fue inventada para las ciencias físicas y no para las ciencias morales. Nos olvidamos los jóvenes que existen unas máximas y unos absolutos irrelativizables. Que no todo en la vida se relativiza y que si nuestros abuelos tienen valores diferentes a los nuestros es porque han vivido más, porque han pensado más y saben el valor de lo que es contenerse y lo fácil que es hacer lo que se quiere en todo momento. Que justo lo que queremos en el momento es lo que nos enjaula en la miseria porque nos envicia. Pues esta teoría de la relatividad moral no es tan moderna como pensamos, es tan antigua como el hombre solo que no nos hemos dado cuenta de lo obsoleta que resulta ser. Como dice el famoso refrán “más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Aparentemente sí, Einstein sí fue un genio y nosotros aún no lo somos.

Mi historia


            Era el año 1990 cuando la República del Ecuador estaba gobernada por el Dr. Rodrigo Borja Cevallos y Barcelona Sporting Club, el equipo más poderoso de fútbol del Ecuador al cual sigo fielmente, se coronaba campeón nacional y a la vez vice-campeón de la Copa Libertadores de América que en la bella Perla del Pacífico Guayaquil, capital económica y ciudad más poblada del país, nací el 22 de mayo en el seno de una pequeña familia católica, de la aún más reducida alta sociedad guayaquileña compuesta en ese entonces por mis padres Francisco y Lucy y mis dos hermanas Lucía y María Isabel.

Un mes después de cumplir los dos años de edad nace mi hermana María Beatriz con quien seré siempre muy cercano y en quien confío mis más profundos sentimientos, secretos y miedos. Una de las pocas personas que siempre arranca mis celos, tal vez por mi espíritu de hermano mayor vigilante de su hermanita.


        Fui criado en un ambiente muy familiar en el que el círculo en que me movía estaba limitado a mis parientes y amigos cercanos por unos padres que desde pequeño inculcaron en mí los valores cristianos y los buenos modales. Comencé a ir a los 7 años al Colegio Torremar, institución educativa masculina que tiene encomendada la formación religiosa a la prelatura personal católica Opus Dei. Este Colegio constituyó mi segunda casa y nido donde nacerían mis mejores amistades, donde aprendería durante doce años desde a leer y escribir  hasta a pensar sobre lo pensado por los filósofos clásicos. Escogiendo la especialización de humanidades fui sintiendo cada vez más mi atracción por las ciencias políticas y el Derecho. A través de debates y  conversaciones con mis queridos profesores de Historia y Filosofía y con mis amigos y compañeros de clase fui definiendo mis orientaciones políticas y pensamientos económicos que me atraen convirtiéndome en partidario de la doctrina social de mercado.

Sobre este último aspecto cabe recalcar que me interesa mucho incursionar en el mundo de la política en algún momento de mi vida, ya sea en mi país o en el lugar que esté del mundo y de esa forma aportar uno o más granitos de arena para el progreso social y económico de este sitio.

A mis diez años de edad nace mi última hermana llamada Adriana por quien por ser la menor de la familia y tener tanta diferencia de edad tengo una especial debilidad por mimarla y siempre suelo darle la razón. A veces puedo engreírla mucho pero creo que es normal en un hermano mayor.


            Gracias a mis padres siempre me ha gustado viajar. Mi primer viaje fuera del país fue a los siete años a Miami y Orlando, sitios de los cuales como niño pequeño me enamoré por Disney World y todas las demás atracciones que la Florida ofrece para un viaje familiar. Seguí viajando así durante varios años y acabe siendo fanático de los Estados Unidos. Por primea vez me atreví a viajar solo en el 2009 a los Estados Unidos y descubrí sus encantos y también las dificultades de viajar solo estando en el estado de Indiana estudiando ciencias políticas y conociendo Chicago, ciudad de la cual soy muy admirador por sus hermosos edificios, calles y, sobre todo, su escuela económica.

Fue en ese mismo año cuando me decidí a estudiar fuera de mi país y elegí España por la opción de estudiar en otro continente y en un país donde se ofrecen mejores universidades que en el mío siendo los estudios convalidables. Escogí la Universidad de Navarra basándome en la experiencia de mi hermana mayor siendo esta un estímulo importante para mi elección.


            Ya en la Universidad opté por vivir en el Colegio Mayor Belagua Torre 2, lugar donde ha continuado mi formación como persona y como cristiano. Siendo una tierra muy fértil para construir buenas amistades. Viví ahí dos años y cultivé muchas amistades que ahora creo durarán para toda la vida y son de especial valor para mí.


            Por último pero no menos importante en cuanto a mi vida afectiva pues he tenido una novia llamada Rosana con quien estuve durante casi cuatro años y estuvimos durante la última parte de la secundaria y nos vinimos juntos a España a estudiar. No dejó de ser un enamoramiento de la secundaria por lo que se acabó al entrar a la universidad y lo valoro como una buena experiencia que me ayudó a crecer. Ahora estoy conociéndome con una chica increíble de quien espero llegar a ser novio y tener un futuro prometedor pero el tiempo dirá que pasa con Ana. Mis padres se conocieron en la universidad, siempre me hace ilusión pensarlo…

Toca estar centrado en mis estudios de Derecho para ser un buen abogado que defienda la justicia siempre y llegar a ser un político decente que actúe por convicción moral y no material. Aparte de seguirme forjando como cristiano para así poder ser buen hijo, hermano, amigo y novio.